Hace unos días salí a correr por uno de los parques de Buenos Aires. Cuando terminé, busqué el sector donde el pasto estuviera más verde para recostarme y hacer unos ejercicios de elongación. Miré con atención e identifiqué ese lugar. Me acerqué hasta allí, pero al llegar observé que un poco más allá, había un sector con mejor pasto aún. Sin embargo, cuando llegué a ese nuevo lugar, me di cuenta de que el pasto no estaba ni tan verde ni tan limpio como se veía de lejos. Así que mirando una vez más un poco más allá, por fin pude identificar el lugar ideal. O al menos era lo que pensaba, hasta que llegué allí…
¿Te imaginás cómo sigue la historia? Un par de veces más me dejé engañar por la impresión de que el mejor pasto estaba más allá. Entonces me acordé del viejo y sabio refrán: el pasto siempre parece más verde del otro lado de la cerca.
Podría haberme pasado toda la mañana recorriendo el parque y siempre me iba a parecer que el mejor pasto estaba en otro lugar. Es que, a la distancia, normalmente, no notamos los desperfectos. Recién cuando llegamos allí nos damos cuenta de la realidad…
Así nos pasa en la vida. Nos pasamos mirando lo que está del otro lado de la cerca, lo que no tenemos… idealizándolo, pensando en que seguramente es mejor que lo nuestro. ¿Qué hay en este circuito tan característico de la conducta humana?
Una permanente disconformidad. Parece que somos unos eternos disconformistas. Desde ya que está bien tener aspiraciones y deseos de crecer. Pero de allí a creer que siempre lo que está más allá, o lo de los otros, es mejor… hay una gran diferencia. Una gran diferencia sobre todo emocional, porque querer superarnos genera emociones positivas; pero creer que lo que tenemos nunca es suficientemente bueno es una puerta abierta a las emociones negativas y, por lo tanto, a la enfermedad.
Falta de gratitud. Es decir, falta de reconocimiento de todas las cosas buenas que nos suceden. Es una cuestión de cómo miramos. Tenemos algo así como un radar para detectar las cosas negativas (o que nos parecen negativas), mientras por al lado nos pasan un montón de cosas positivas que podríamos agradecer a cada momento. Como lo expresó el escritor griego Luciano de Samosata: No ven la rosa, pero observan con atención las espinas del tallo. ¿Por qué no preguntarte en ese momento qué cosas podrías agradecer y no lo estás haciendo? Te animo a que hagas una lista de por lo menos 5 cosas, aunque seguramente pueden ser muchas más.
Falta de memoria emocional. Pareciera que una vez que logramos lo que tanto anhelábamos, comenzamos a perder la memoria emocional (la vivencia) de lo que significaba alcanzarlo. Antes, soñábamos con esa meta tan anhelada, estábamos seguros de que si la alcanzábamos seríamos muy felices. Un día llegó y parecía que tocábamos el cielo con las manos. Pero… ¿luego? En la medida en que nos vamos acostumbrando a vivir con eso bueno que nos sucedió, comenzamos a percibirlo como algo normal y ya no nos hace tan felices. Es más, ahora comenzamos a sentir que necesitaríamos algo mejor para ser realmente felices. Esta es una trampa mental muy triste. Agradecer cada día nos ayuda no perder la memoria emocional de las cosas buenas que nos suceden.
Hace casi 2000 años San Pablo escribió: “He aprendido a estar satisfecho en cualquier situación en que me encuentre” (Filipenses 4:11). ¿Por qué podía decir esto? Un poco más adelante lo explica: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (vers. 19). San Pablo confiaba en un Dios de amor que siempre les da a sus hijos lo que es mejor para que puedan alcanzar la verdadera felicidad. Con esta seguridad, la trampa mental de que lo mejor está en otro lado ya no tiene sentido.
Ya no miremos hacia el otro lado de la cerca, miremos con confianza y gratitud hacia arriba.
Lic. Rodrigo Arias
Licenciado en Teología y en Psicología.
Conductor del programa radial y televisivo Una Luz en el Camino