Probablemente habrás escuchado la anécdota de ese padre que estaba en el supermercado con su pequeño hijo. El niño estaba haciendo un tremendo berrinche, llorando en el piso y pataleando. Pero el padre, a su lado, tratando de mantener la calma repetía: “Tranquilo Joaquín… tranquilo Joaquín”.
Una señora que estaba observando, admirada por la paciencia del padre, no pudo evitar decirle: «Señor, la verdad que lo felicito por el autocontrol que tiene para hablarle así a su hijo. A lo que el hombre respondió con toda sinceridad: “No señora… ¡Joaquín soy yo!”
¡Ay ay ay pobre padre!… ya no sabía qué hacer con el berrinche de su hijo. Sin embargo, hay que reconocer que, más allá de lo graciosa que pueda ser la anécdota, este papá estaba acertando en algo muy importante: para calmar a alguien necesitamos estar en calma.
La calma no se puede imponer, hay que contagiarla. Igual que la risa. Podemos ordenar que alguien se ría, pero si es que lo logra, seguramente no será una risa genuina. De la misma forma, podemos ordenarle a alguien que se calme, pero si nosotros no le estamos transmitiendo esa calma, la verdadera tranquilidad no llegará…
Esto es algo tan elemental pero importante en nuestras relaciones interpersonales. ¿Cuántas veces exigimos calma a los gritos? Es un mensaje contradictorio, que especialmente confunde a los niños.
Por ello, algunos tips para tener en cuenta son:
– Recordá que tanto el enojo como la calma se contagian. Si te sentís enojado, es un mal momento para pedir calma.
– Entonces, respirá profundo y pensá en las razones por la cuales no vale la pena perder la calma. Por ejemplo: no podrás pensar claramente; le darás la razón a la persona enojada enganchándote en su enojo; mostrarás debilidad, ya que sólo las personas fuertes pueden mantener la calma en momentos de tensión. Respirá profundo mientras pensás en estas y otras buenas razones para no perder la calma.
– Si es posible, permití que la persona alterada haga su desahogo. Si no es el momento o lugar, no te quedes en la escena. Retirate hasta que se den las condiciones adecuadas. Si se trata de un niño, llevalo a algún lugar en privado en el cual pueda descargar su enojo.
– Entonces, hablá transmitiendo calma. Verás que es el verdadero camino para que el fuego se apague. Todo lo demás… es echarle más combustible.
La sabiduría milenaria de la Biblia nos dice: “La suave respuesta quita la ira, pero la palabra áspera aumenta el furor” (Proverbios15:1). ¿Lo empezamos a practicar?
Lic. Rodrigo Arias
Licenciado en Teología y en Psicología.
Conductor del programa radial y televisivo Una Luz en el Camino