“Cuando veo niños jugando
me encantaría poder parar el tiempo
y dejarlos ahí, jugando”
Hablar de juego es hablar de infancia, de placer, de creatividad y también de aprendizaje. Jugando explorando, preguntando, curioseando, así van niñas y niños conformándose las representaciones de sí mismos, del cuerpo y de las cosas.
Jugar es una actividad diferente a cualquier otra, que trasciende y modifica la realidad de un modo personal y creativo. Es un acto libre (o debería serlo) que no sucede al azar ni por casualidad. Mientras el niño juega, trabaja. Se constituye y construye el mundo. Todos los niños y niñas necesitan jugar para crecer. Así se ponen a prueba, asumen riesgos, se acercan a lo desconocido, hacen activo lo que sufren pasivamente, ponen a prueba el afecto, reconocen la presencia del Otro, realizan su mayor deseo: el de “ser grandes”, y cuanto más juegan, más habilidades aprenden.
Esto nos demuestra que jugar es cosa seria y sin embargo, nos estamos acostumbrando a niños sobrecargados de actividades, con tiempo para todo menos para jugar.
“Quiero tiempo, pero tiempo no apurado, tiempo de jugar que es el mejor” pasaron muchos años desde que María Elena Walsh escribió esta canción y sin embargo la necesidad sigue siendo la misma hoy: jugar debería ocupar el mayor tiempo posible en las agendas de nuestros chicos.
Difícilmente alguien pueda decir: “yo nunca jugué”. Solo o con otros; en casa, en la vereda o en la escuela; en algún momento de nuestra vida y aún hoy, con mayor edad, jugamos. Lo que garantiza el juego no es un juguete nuevo, sino el deseo de jugar, que activa la necesidad. No lo pensemos como un tiempo perdido, dejemos a los niños jugar y perdamos el tiempo (con ellos) jugando.