Apenas se conoció poco más de la mitad de las mesas y la tendencia era ya irreversible, la gran cantidad de gente que se concentró en el local de Sumate —el búnker de Fuerza Patria— desató, por fin, esa alegría contenida que se había guardado por más de una década de sinsabores. La espera había terminado.
En un instante, una de las manos de la Avenida Merlassino se volvió intransitable. Más de un centenar de simpatizantes invadieron la calle, con cánticos que se hacían eco en las paredes y banderas que flameaban con orgullo. Se mezclaba la euforia del triunfo con el alivio por un ciclo de derrotas que se cerraba y una victoria que, finalmente, había llegado.
La algarabía se hizo total cuando Patricio Gabilondo, junto a los demás candidatos y referentes, se asomaron a la calle para confirmar lo que todos ya sentían: la victoria era de ellos. La multitud estalló en una ovación que se sintió como un abrazo colectivo.
La noche fue enteramente peronista. Después de más de una década de remar contra la corriente, la alegría de la militancia fue genuina, la de un pueblo que se reencuentra con su bandera. El peronismo, unido, volvió a ganar, por más de 12 puntos de diferencia, y tiene motivos de sobra para brindar.