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Que todos los días sean un día para jugar

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“Aprender no es un juego, aunque se aprende jugando”

Un niño que no juega no aprende, ni desarrolla habilidades emocionales y sociales básicas para la vida adulta. Jugar es un tiempo fundamental para el aprendizaje, una inversión de futuro, y su carencia puede tener consecuencias indeseables: niños absolutamente planificados y dirigidos por adultos no saben qué hacer y se aburren si alguien no les organiza el tiempo o el juego, tienen poca capacidad de decisión, escasa creatividad y nada de interés por inventar o descubrir, les resulta difícil relacionarse, negociar con sus iguales, trabajar en grupo o resolver sus problemas solos… ¿es mucho para un cuerpo pequeño no les parece?

Jugar es la actividad principal en la vida de los niños. Es una actividad natural, libre y espontánea que surge de su ser interior. Jugando, el niño descubre y va entendiendo paulatinamente el mundo que lo rodea, despliega todas y cada una de las áreas del desarrollo y se prepara para la vida futura. Esto quiere decir que, el juego lo ayuda a encontrarse y encontrar su lugar en el mundo, afirmarse y constituirse.

Hubo una época en que los niños jugaban desde que se despertaban hasta que debían ir a dormir: corrían, saltaban, jugaban a disfrazarse y creaban infinitas historias con su imaginación; hoy en día, no pasan tanto tiempo involucrados en juegos no estructurados. La televisión, los videojuegos, las computadoras e Internet, hicieron que lleven una vida mucho más sedentaria. Por eso, es importante que como adultos, les brindemos oportunidades de juego que les permitan adquirir las destrezas básicas para el aprendizaje.

Existen propuestas de entretenimiento a bajos precios o incluso gratis, lo importante es ocupar su tiempo libre en cosas que desarrollen la creatividad.  No hay que dejar de lado la importancia de que los padres también compartan con los hijos algún tipo de actividad. No importa tanto qué se haga: jugar no necesita ni planificación, ni un espacio en la agenda, ni siquiera una gran inversión. Cualquier momento sirve mientras todo sea diversión y espontaneidad, y jugando es donde ¡más se aprende!

Jugar con nuestros hijos es, además de un placer, una necesidad. Para los padres, porque el juego permite conocerlos mejor, nos ayuda a enseñarles valores y formas de actuación y refuerza los vínculos. Para los niños, porque a través de esta herramienta aprenden, se desarrollan mejor y ganan en tolerancia, imaginación y felicidad.  Jugar es una actividad naturalmente feliz para toda la familia, porque un rato de diversión compartida es la mejor medicina contra el estrés. No nos perdamos el mágico poder que tiene jugar con nuestros niños.

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